No es poco común que entre los lectores llamados “voraces”, como el que escribe, la nueva lectura de algún libro leído tiempo atrás devele cosas antes pasadas por alto, desapercibidas quizás en una primera lectura juvenil, o tal vez adulta, pero que a falta de referencias varias nos deje fríos o indiferentes, o simplemente nos deje en la oscuridad de nuestro poca experiencia lectora e intelectual; como el pasaje de la red de plata que nos impide ver las manzanas de oro, de la Biblia, leer a Eco o a Borges, por ejemplo, no es cosa baladí.
En el caso del maestro Borges, recuerdo haber leído su Ficciones en mis tiempos de estudiante de universidad, y, a sabiendas que se trataba de una obra capital, no solo del propio Borges sino de la literatura mundial (en el sentido cosmopolita de la Weltliteratur [World Literature] * del término acuñado por Goethe), fue difícil terminar su lectura a pesar de ser un libro breve. Pocas veces me ha sucedido esto, y, debo confesar, tuve poco acercamiento a su obra solo hasta hace poco dada esa primera experiencia y a cierta idea de que hay cosas “que hay que leer” (tal como leer a Nietzsche en filosofía o a Lacan en psicología), aunque no sea del todo placentero dada su espinosa dificultad intelectual.
* Sobre el tema World Literature recomiendo el excelente libro de Martin Puchner, ´The Written World".
Pero tales reservas inconscientes han dado paso a una lectura mucho más reposada y lúdica una vez alcanzada cierta edad. Debo decir que parecería que descubro a Borges por primera vez, y le descubro intelectual, culto y de excepcional profundidad, y sus temáticas, a fuerza de lúcidas metáforas, de mucho y gran interés.
Es el caso de su relato breve La biblioteca de Babel, contenido dentro del mencionado libro Ficciones, en el cual se nos describe el universo como una biblioteca infinita (pero claramente ordenada), cuyo centro circular (“La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible” (Borges, 38), es un abismo igualmente infinito, circunscrita sin embargo por un numero infinito de anaqueles que contienen todo lo pasado y lo futuro “…por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto” (Borges, 38), descrito en tomos escritos a partir de la igual infinita combinación de veinticinco símbolos ortográficos, y donde el hombre (bibliotecario), deambula una y otra vez en perpetua búsqueda de significado (o conocimiento) en un mundo que solo puede haber sido creado por un dios (un orden).
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Jorge Luis Borges’ Library of Babel, Ilustración: Erik Desmazieres |
En
La biblioteca de Babel se pueden encontrar con cierta claridad, aun cuando el propio Borges anuncia que
“Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias” (Borges, 39), un compendio de temáticas a las que visita continuamente dentro de su obra: ante todo el gusto por referencia y la metáfora culta, las lenguas, la hermenéutica, el simbolismo, el concepto de universo-infinito, la continuidad por siempre circular de la existencia humana, la presencia de un orden intangible e inefable
“que solo puede ser obra de un dios”, el conocimiento oculto, la numerología, la hermética y la Cábala, y en un plano formal, la semántica y el uso de una estructura difícilmente encasillable, exclusiva y alejada de toda corriente y a la vez participe de todas las corrientes de su(s) época(s). Leer a Borges significa zambullirse en un placer lector que nos mueve a una “fina conmoción intelectual”, como dictaba Epicuro en su jardín.
Borges, no hace falta repetirlo, es un titán de las letras universales, uno que inauguró la visión integradora y de globalidad a las letras latinoamericanas del siglo XX. Sus letras escapan a la fácil clasificación y a las influencias que traspasaban de siglo y océano, y siempre hace falta preguntarse (nuevamente) porqué nunca recibió el premio Nobel, aun cuando fuera nominado a él cinco veces, número y honor (de no ser admitido al panteón sueco y larga lista igualmente ilustre del no-Nobel) que comparte con el muy nuestro Alfonso Reyes, a quien el propio Borges consideraba el mejor prosista de su tiempo y quien también diera consejo oportuno a joven Jorge Luis cuando le invitaba a cenar a la embajada mexicana en Buenos Aires, encaminando solución a la prosa excesivamente rebuscada del Borges de 28 años, la cual más tarde lograría pulir con gran éxito. (La solución al enigma no-Nobel de Borges ya la sabemos; se trató de asuntos ajenos a sus letras, aunque se adujo su elitismo: era “demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura". La del maestro Reyes quizás sea más difícil de definir).
La biblioteca de Babel puede ser interpretado de muchas formas, puntos de vista, filosofías y hermenéuticas, pero, ante todo, consideración de lector con cierta experiencia, es la descripción del Aleph borgiano, de la cosmovisión del escritor bonaerense, en fin, una biblioteca.
Xavier Hernández-Castañeda
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