Pero en el momento que las tragedias se ven de cerca, existe algo dentro de nuestra psique que nos impide aceptarlo del todo, que nos hacen no comprender enteramente lo que sucede… Cuando una buena noche escuchas sirenas por la calle, junto con altavoces policiales instándote a que no salgas de tu casa para salvar tu vida, que solo compres lo esencial y permanezcas en lugar seguro, otro tipo de mecanismo humano ancestral toma rienda de tus acciones: el del instinto de supervivencia. Todo pasa a segundo plano y tu interés primordial reside en el resguardo de la seguridad de tu familia y después del tuyo. Pero más allá de este mecanismo ampliamente estudiado y comprensible, la sensación personal es primero la de un trance que nos hace movernos sin cansancio o desgaste aparentes; los sistemas de alerta interna permanecen crispados y poco hay que dejar hacer a lo que aparentemente y conscientemente cree uno correcto ante lo que el instinto nos grita muy claramente. Una vez a salvo, la tragedia colectiva se empieza a degustar como el trago más amargo que nunca pensaste probar.
Es entonces cuando comienza el lento proceso de asimilación; no solo la del trance que acaba de sucedernos (o que no acaba aún), sino la sensación de zozobra que nos acompaña a todas partes. Poco a poco comienza uno a comprender la magnitud, en su medida correspondiente, de lo que nos está sucediendo… y si saldremos bien librados de ello. Comienza entonces el lento éxodo de nuestra mente hacia una nueva realidad, la de facto, la de ahora, diferente a la anterior en tal o cual medida, y la aceptación de que el orden de cosas ha cambiado definitivamente. Es la más rara de las sensaciones la de prever un futuro cancelado, el bloqueo mental inclusive del más común de nuestros sueños recurrentes; una tragedia que viene hacia ti de manera invisible, ante la cual se encuentra uno simple y llanamente impotente te sienta de un golpe, te aterriza súbitamente; pasan a segundo, a quinto plano, las pequeñas cosas de las que estaba hecha tu vida, te das cuenta del delicado balance en la cual estaba sustentada tu realidad; así se cancelan perspectivas tan simples como la de salir con aquella interesante persona que acabas de conocer y te gusta, comprar tal o cual café o celebrar tu cumpleaños; esas cosas ahora suenan vanas y fútiles en extremo, ante la cimbra de tu sistema de valores, pensamientos, filosofía o estructura de conocimientos… cobran importancia tus creencias y las establecen, si carecías de ellas; al fin tal y como hombres primitivos tenemos que abrazar la idea de un orden superior al que pedimos protección. Pero es la razón a la que debemos apelar en estas circunstancias, las que nos toca vivir. La razón.
Y al final es a lo único que nos podemos aferrar.
1 comentario:
Los desastres naturales son esos recuerdos imborrables q nos acompañan por siempre. Un ejemplo claro es q ahora puedes describir tu experiencia...
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